1x05. LO QUE VALGO


En el campamento la tensión se palpaba. Después de lo acontecido en El Cercle, los nobles se habían refugiado en sus carpas y solo recibían visitas de emisarios de otros nobles: el de Guifré iba a ver al de Cadod, el de Hug iba a contestar al de Ferrán, etc. Montdepuig se negaba a recibir a nadie que no fuera al cocinero, cosa que Berenguela aprovechó para colar alguna propuesta, escondida debajo de los platos. Mientras, aguardaba junto a Ferrusola, rezando en su pequeña capilla, más que nunca, por lo que pudiera estar por venir.

Lo que ocurrió delante de la llama sagrada del Canigó era ley, y los nobles no estaban muy seguros de lo que podría pasar si ignoraban los hechos de El Cercle. Aceptar a Berenguela como reina no entraba en sus planes, pero tampoco lo era enfrentarse a las tropas de Catlliure que respondían directamente a lo que Montdepuig decidiera. Éste era un simple notario, pero de él dependía un tipo muy íntegro e incorruptible, el Maior Traperus, que lideraba al ejército. El tema era delicado.

A Ferrusola aquello le aburría. Además que ya sabía lo que iba a pasar: en aquella pelea ganaría el que sacara más tajada, el que consiguiera la mejor jugada con las cartas que Berenguela ya había lanzado. Se impondría el que saliera mejor parado, además de Berenguela. Porque Berenguela ya había ganado, siempre lo hacía. 

Ferrusola conoció a Berenguela hacía pocos años, ya comenzada la invasión de Tiranolandia. Llegó precisamente desde allí a una Catlliure en guerra, y su supervivencia fue el anonimato y acogerse a sagrado en un convento de la frontera, donde no faltaba comida y cama y nadie hacía preguntas. Se sometió al dogma estricto del convento. Se convirtió en sierva de un Dios hombre crucificado, de sus santos y de sus mártires... Llegó a creer, compró todo el pack. Menos el de la castidad. La castidad se le hacía eterna. Menos mal de los crucifijos. Dios la perdonara.

Finalmente la guerra llegó a las fronteras, y tuvieron que abandonar el convento. Las monjas comenzaron su periplo, una peregrinación forzada hacia la costa, y acabaron mezclándose en los campamentos militares y campos de refugiados a pie de castillos medio en ruinas y con una población cada vez más mermada. En una capilla medio en ruinas la vio por primera vez, mientras se celebraba una misa por los caídos días antes en la heroica batalla de Sesrovires, donde las tropas de Segarrus habían rescatado in extremis a los pocos hombres que quedaban en pie. Además de una engalanada Berenguela, estuvieron también Ràmeu, un malherido Cadod y un par de curas regordetes. A pesar de lo solemne del acto en la iglesia, Ferrusola no pudo apartar los ojos de Berenguela, de su hipnótica presencia. Berenguela también se fijó en la monja, y durante todo el Requiem Aeternam no se quitaron los ojos de encima. Una semana después ya estaban rezando maitines cada martes y  jueves, contándose desnudas sus secretos. Fueron buenos tiempos.

No fue hasta casi la noche que el campamento recobró vida. Se convocó a toda la nobleza alrededor de una gran hoguera, junto con los líderes de los gremios, la guardia personal, etc. El populacho rodeaba expectante a éstas élites, y el ejército al populacho. Montdepuig salió de su tienda, le acompañaban un impasible Traperus y una muy seria Berenguela. Pergamino en mano, leyó:

- Los nobles han decidido, después de sosegada disertación, y sin ningún tipo de presión...

Varios nobles miraban al suelo, ocultando la humillación de haber sido envenenados la noche anterior.

- ...de dotar de poderes de conquista y de parcela a la señora de Segarrus, Berenguela.

El pueblo murmuró extrañado. ¿No servían bajo el rey de Catlliure?¿Les iba a mandar esa mujer?. Ferrusola sonreía.

- El ejército se pone bajo su mando, lo hemos estado hablando, y toda la nobleza ante ella ya se está postrando.

Los nobles hincaron la rodilla solemnemente. De cara al pueblo llano ellos había elegido a Berenguela, libremente, sin coacción. Montdepuig tampoco incumplía los hechos de El Cercle con este acto. Y Traperus cumplía su juramento de estar bajo las órdenes del líder de Catlliure. Los documentos firmados tenían validez. Todo redondo. Demasiado redondo, pensó la monja. No podía ganar sólo Berenguela. Todo tenía un precio.

- No obstante - prosiguió Montdepuig - se ha de castigar la infamia, la lujuria y la traidoría, todo ello en manos de una espía. Vino de Tiranolandia ella sola, la falsa monja Ferrusola! ¡Mató a Ràmeu! ¡Prendedla!

Varios soldados apresaron a la monja, que no opuso resistencia. No podía moverse. Se había quedado congelada ante la traición de su amante. Berenguela, abatida, no se atrevía a mirarla. Los nobles, por contra, sí que lo hacían, furiosos, burlones, llevándose la mano al cuello simulando una horca. La llevaron a empujones a una improvisada jaula, la hicieron entrar a patadas. Ferrusola comprendió que ella era el precio. El precio que había pagado Berenguela por poseer Catlliure.

...

Si tuviera brazos, los tendría cruzados, en pose de enfado, arrufando la nariz. En cambio, la cara seria de Nessarose, sentada con las piernas estiradas y sus muñones colgantes, enfrente del mar, completamente a oscuras, era casi cómica. Pero ella no reía. De hecho casi nunca lo hacía. Quizás una mueca de sarcasmo de vez en cuando, pero no ahora. Fiyero la había jodido pero bien.

Creía haber dejado bien clara su posición, un rato antes, en la hoguera. Un nuevo plan, preciso, claro: ataque relámpago e inesperado con el barco que les quedaba, sin esperar una inauguración ni nada de alto copete. Le había podido el ego. Harían más daño si atacaban a objetivos aleatorios, sin un patrón claro. Crearían más miedo, nadie podría prever sus movimientos. Sembrarían más caos. Pero Fiyero a última hora se había rajado. Se fue de la lengua con Elphaba, se enfadó ella con él, y entonces él se llenó de dudas. Menudo anarquista.

El problema era que Fiyero tenía un magnetismo que atraía a las masas. Por eso le interesaba tenerlo de su lado. El carisma de alguien sin brazos no era comparable al de un libertario con melena al viento. Y no, no estaba jugando la carta de la pobre inválida . Pero era una realidad. Necesitaba a Fiyero.

Ese pensamiento la turbó. Ella, que aprendió a hacer calceta con los pies. Ella, que por no poder jugar con muñecas de porcelana dedicó años a estudiar y aprender hasta 6 idiomas. Ella, que al grito de ¡Comedme el papo! lanzó cocteles molotov con sus muñones desde la ventana de la facultad en aquella manifestación por la subida del precio de los libros. No, no necesitaba a Fiyero. No necesitaba a nadie.

Se levantó como pudo de la fría arena y en absoluta oscuridad se encaminó a las hamacas entre los pinos. Buscaba a Waldo. Lo encontró fácilmente en una hamaca que del peso tocaba el suelo. Lo despertó de una patada:

- Busca a Fiyero. Le tapas la boca. Lo atas. Y vuelves conmigo - le dijo Nessarose. Waldo era muy servicial, pero había que darle las órdenes absolutamente claras y concisas. Waldo se levantó raudo de la hamaca, listo para obedecer. - Y vístete primero, por Dios

También a patadas despertó a los gemelos Cayetano, compañeros de facultad. El dinero para fletar los barcos era de sus padres. Nunca llegó a distinguir uno del otro, por lo que les ordenaba siempre en plural:

- Corred la voz entre los nuestros, en silencio. Cargad el barco con todo, no dejéis aquí nada. Nos vamos ahora.

En apenas 10 minutos estaba el grupo de Nessarose (una veintena) en la playa, con todos los pertrechos. Nadie de los que aun dormían se había enterado. Apareció el último Waldo, que cargaba con un Fiyero maniatado. Lo dejó a los pies de Nessarose:

- Iba a ser contigo. Ahora será sin ti. Eres un blando. Adiós, Fiyero.

Cuando iban a subir al barco, apareció de dentro Caparazón de Tortuga con sus marineros, extrañado del misterioso embarque. Vio atado a Fiyero, intentado decirle algo a través de la mordaza. Nessarose lo miró y le lanzó un saco lleno de oro a los pies. Caparazón de tortuga lo recogió, lo pesó en su enorme mano. Volvió a mirar a Fiyero. No le gustaba Fiyero, cómo había tratado a Elphaba. Pobre chica. Tan joven. Tan inocente. ¿Y Elphaba?¿Y el resto?

- Un precio justo, capitán. Nos tenemos que ir ya. Tendrá el doble al llegar a Oz - los Cayetano asintieron a la vez. Nessarose subió a bordo sin permiso.

Fue la prepotencia de la niña pija lo que hizo activar un resorte en la cabeza de Caparazón. Si aceptó el encargo semanas atrás de llevar una flota de revolucionarios para hacer un atentado, además de por el dinero, era por la integridad moral de los mismos. Ahora, que estaban abandonando a sus camaradas a su suerte, la integridad se había ido a la mierda.

Caparazón lanzó un tortazo a Nessarose que la hizo saltar por la borda. Al momento, los demás marineros saltaron a la playa, repartiendo golpes a los que intentaban subir a bordo. Los revolucionarios más avispados fueron rápidamente a las cajas de armas, y consiguieron sacar algunos fusiles, pero los marineros fueron más rápidos, y la pelea se resolvió a puñetazo limpio. En el jaleo los anarquistas abandonados, entre ellos Elphaba, despertaron en sus hamacas, se dieron cuenta de la situación, y fueron corriendo a la playa, pero la pelea había terminado cuando llegaron. Elphaba desató a Fiyero, amorosamente, pero éste solo tenía odio en sus ojos hacia Nessarose:

-¡Nos iba a dejar tirados! ¡Matadla! - gritó Fiyero. Algunos anarquistas sacaron sus pistolas, pero Caparazón los apartó de un golpe, se plantó delante de Nessarose y le tiró el saco de oro. Nessarose lo fulminó con la mirada.

No hubo discusión, ni asamblea, ni debate. Nadie rebatió la decisión. A punta de fusil sacaron de la playa, maniatados, al grupo de Nessarose y los alejaron lo más al Oeste que pudieron. Al alba los soltaron. Fiyero los expulsó del E.R.O., se erigió como líder único, y avisó de que cualquiera que volviera a ser visto en la playa sería fusilado:

- A todos menos a ti, Nessarose - le dijo al oído - A ti no te fusilaré. A ti te cortaré las piernas.

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