ESPECIAL HALLOWEEN

Por el asfalto sembrado de hojas, a la luz mortecina de la luna llena, aparecieron 4 bicicletas a un ritmo desigual. Sobre ellas unas figuras vestidas de gasa y fieltro, total handmade, cuatro niños disfrazados de los héroes televisivos del momento: William, a la cabeza del grupo, vestido de vikingo barbudo. Le acompañaba Anthony con su traje de cocinero y un pollo de goma atado al sillín. Les seguía, rezagado, James con su precioso vestido de terciopelo de princesa medieval. Cerraba el grupo Susan, vestida de bruja, que del esfuerzo de seguir la marcha se le estaba destiñendo la pintura verde de la cara.

- ¡Efperarme, cabronef! - gritaba a través de sus aparatos dentales.

Aflojaron el paso para llegar todos juntos al jardín de la vieja señora Joanne. Miss Joanne era una anciana que un par de meses al año venía al pueblo, a su casa destartalada y mugrienta al final de la calle Sparrow. Esa casa estaba alejada del centro, a sus padres no les gustaba, daba miedo, pero era la última que quedaba donde les podrían dar algo de caramelos. Había sido una noche muy floja.

- Dejad aquí las bicis y seguidme - dijo William - se ajustó el casco de plástico y les guió por el embarrado cesped hasta la puerta de la casa.

James avanzó por el camino empedrado para evitar mancharse el vestido de barro. A Susan se le había enganchado una regaliz en los hierros y con la lengua intentaba despegarsela.

- ¿No eran movibles? Tienes que quitártelos al masticar, y luego te los vuelves a poner. Mi hermano lo hacía así - le dijo Anthony, pizpireto. 

El grupito llegó a la puerta. Se pusieron hombro con hombro. William pulsó el timbre. Esperaron. Volvió a pulsar. 

- No se oye el timbre. Pica con la aldaba - dijo Anthony

- ¿Qué es una aldaba? - preguntó William

- Ef efa mano de ahí - respondió Susan. Golpeó ella.

Ahora sí, escucharon pasos detrás de la puerta y la luz del porche se encendió. Una llave giró y la puerta se abrió. Dieron un saltito hacia atrás del susto. Una anciana arrugada, con los ojos velados y moño albino, apareció en el umbral, bastón en mano. Tardaron en reaccionar unos segundos:

- TRUCO O TRATO - gritaron

La anciana sonrió lentamente. Asintió también lentamente. Respiraba lentamente. Todo lo hacía increiblemente lento. 

- Ohh, ahh, niñooos. ¿Queréis caramelos? Tomaadd - su voz era como la de una puerta oxidada abriendose.

En vista de cómo era la señora, esperaban unos caramelos rancios y pegajosos, pero se sorprendieron cuando la vieja les dio una bolsa de toffes, redondos, gordos y rayados, a cada uno.

- ¡GRACIAS! - exclamaron a la vez. Vaya un botín, pensaron. La señora Joanne cerró de golpe y los chicos, contentos, fueron a por las bicis, saboreando los confites por el camino. Susan no quería volver a complicarse la vida con los aparatos e intentó quitarselos, pero no podía.

- Anthony, ¿cómo fe defmonta efta mierd..? - sus amigos no estaban. Los buscó detrás suyo y los encontró tirados en el césped. - !Chicos! !CHICOS¡

Los tres niños estaban en el suelo, boca arriba y con los toffes desparramados por el barro. No se movían, pero James alcanzó a hablar con un hilillo de voz al tiempo que se le caía un toffe de la boca:

- Que...no...se manche...el...vestido...

Agachada, zarandeando a James y pegando la oreja a su cara para poder oirle mejor, Susan no vió venir el bastonazo que la vieja le dio en la cabeza, al grito de "PUTO HALLOWEEN".

...

Susana abrió los ojos pesadamente. Le cabeza le dolía horrores. Recordó rápidamente lo ocurrido y comenzó a llamar a sus amigos. Se apoyó en una pared. ¿Una pared? Acomodó los ojos a la tenue luz que se filtraba por una ventana. Empezaba a esbozar sombras. Se le acercó alguien.

- ¡Susana! - exclamó Guillermo. La abrazó fuertemente. Se acercaron también Antonio y Jaime. Lloraban.

La luz de la ventana dejaba ver ahora el sótano donde estaban. Rodeados de capas de colores, sombreros picudos, espadas de porexpan... En la esquina dos cuerpos disecado, descompuestos, abrazados en agónica despedida, vestidos de las tortugas ninja. La señora Juana, del Carrer del Pardal, se había cobrado un año más su muy personal castañada.

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