1X02. ARROZ Y RATAFÍA


Las cestas de mimbre de los recolectores se iban llenando poco a poco de flores lilas. Sentadas alrededor de una mesa un grupo de ancianas ciegas separaban pétalos de estambres y estigmas, y estos últimos se guardaban en grandes toneles, que una vez llenos, eran cargados en uno de los barcos. Ñoñum pretendía fletar el navío de vuelta a Imperio a la Romana: estaba obligado a hacerlo para poder pagar parte de la deuda que Imperio había contraído con Lord Canowson, el mecenas de la expedición. También él había viajado en los barcos, para poder vigilar de cerca sus inversiones. Era Lord Canowson un personaje un punto histriónico, muy nervioso, de buen comer y buen beber, que no dejaba de mirar un reloj de bolsillo sacado de su chaleco cada 2 minutos para calcular rendimientos y porcentajes:

- Creo que con una nave bastará para reponer el 3% de los gastos de intereses de demora - dijo gritando Lord Canowson.

Ñoñum asintió sin entender. Él sólo conocía de onzas, pintas y miajas. Y de tiempos de cocción de mariscos y de cómo abrir las almejas. Tenía fama en esto último. Toda la logística de una cocina la dominaba mejor que nadie (fue primero de su promoción en Eshobville Center años atrás, por delante de 499 alumnos. Y queriendo lo mejor de lo mejor se los trajo a todos al nuevo mundo). Pero de calcular rentas y dividendos no tenía ni idea, esa faena se la dejaba para su contables Danic y Manuc.

Las carpas de cocina estaban ya montadas a pie de playa, y comenzaba a flotar en el ambiente una fragancia realmente agradable. Más tarde descubrieron que el embriagador aroma no eran más que dos ovejas descarriadas que se habían acercado demasiado a una de las hogueras, y en llamas habían huido hacia unos arbustos que resultaron ser de romero. Hubo gran alboroto en el campamento, pero el olor a socarrat dio una gran idea a Ñoñum: decidió organizar una gran paellada para celebrar el desembarco como Dios manda, aprovechando el excelentísimo azafrán que habían encontrado en las playas. 

Rauben, que en los primeros días no se había preocupado por nada más que por inventariar todo el arsenal de cuchillos, recibió el cometido de buscar judías verdes silvestres, tarea que realizó de mala gana. Irenas, la sanadora, incorporó unas hierbas de su zurrón medicinal, y Arturatum le puso todo el empeño del mundo a la cocción del arroz. Pero el toque. el toque especial, se lo dio Ñoñum calculando la cantidad justa (eso creyó él) de azafrán.

Se disfrutó esa noche de una cena paellera como pocas veces se había visto. Al calor del vino y de las brasas olvidaron las penas del viaje y surgieron anécdotas alcohólicas de lo más variopintas. Los menos borrachos se dieron a cantar "Camarero? Qué! Camareeeeero?" en sus más de 40 versiones y los más perjudicados dormitaban en la arena. Repitieron arroz hasta hartarse y antes de retirarse a descansar, toda la playa coreó el nombre de Ñoñum. "Guapo" gritaban unos. "Sabrosón" gritaban otros. "Rezumas estrellas" alguien dijo. Abrumado y prácticamente obligado, Ñoñum hizo un brindis:

- !Por los que están - eructó - y sobretodo... por los que no están!

Aplausos y vítores. Gente bailando sobre las mesas. Xerinola. En ese punto de la noche, viendo el disfrute general, Ñoñum se evadió unos instantes y recordó a su amado chucho Fender, que queriendo pescar un besugo saltó por la borda el segundo día de travesía, ahogándose. Por ese recuerdo en la cabeza y con los sentidos embotados por el empacho y el Champín, se permitió Ñoñum el lujo de soltar una lagrimilla. La sorbió. Estaba al punto de sal.

...

El olor a incienso impregnaba el aire de la carpa. Acostumbrada a dormir sobre colchones de plumas, el hacerlo ahora sobre pieles encima de la grava de la playa se le hacía extraño. Pero Berenguela no se iba a quejar; era el pequeño precio a pagar por lo que tenía que llegar. Buscó a la monja Ferrusola alrededor, pero no la encontró. Imaginó que después del polvo de anoche se escabulló discretamente: era más fácil desaparecer en los pasillos de un castillo que en una playa llena de soldados. Se vistió y salió.

Toda la ancha playa hasta la misma pared del acantilado estaba ahora llena de cajas, barriles, sacos y pertrechos en general. Era como un campamento militar, muy parecido a los que se había acostumbrado a vivir Berenguela durante los últimos años de la invasión, cuando Tiranolandia no daba tregua y mes a mes debían acampar cada vez un poco más lejos de casa. Hasta que inevitablemente fueron empujados al mar. Y el rey les ordenó que buscaran una nueva Catlliure.

Entró en la carpa de suministros, donde Ferrusola había instalado en una esquinita su pequeña zona de hierbas y ungüentos. Allí la encontró, recogiendo unas infusiones. Apenas se saludaron. Eso es lo que le encantaba de la monja: de día tan discreta y servil, y de noche tan...

- Señora - dijo MontdePuig, apareciendo de repente entre las sombras - los demás nobles están ya reunidos en El Cercle - Recogió una botella gran reserva de ratafía del estante y se marchó.

Berenguela, pese a lo tarde del aviso, se tiró un buen rato vistiéndose con sus mejores galas, pues el evento lo requería, y por ley no podían comenzar sin ella. La habían avisado la última adrede, no se dignaban a disimilar el desprecio que le tenían por ser ella y no su marido Ràmeu la que les había acompañado en esa primera oleada de conquista. "Los asuntos de palacio lo pueden llevar nuestras mujeres, pero forjar una nueva Catlliure solo lo pueden hacer los dignos, los nobles por derecho divino." Los hombres, vaya. En esa decisión, opinaban, Ràmeu se había equivocado y el apellido Fontaine habría perdido valor heráldico.

Abandonó la playa por un camino recién segado por los colonos. Guadaña en mano lo estaban limpiando de matojos hasta la parte alta del acantilado, donde ubicarían el asentamiento una vez hubieran formalizado el desembarco. Eso es lo que iban a hacer en El Cercle: ante la llama sagrada del Canigó y del notario MontdePuig jurarían lealtad al rey y a Catlliure y brindarían en su nombre.

Al llegar a lo alto del camino, en un círculo de piedras y pendones con los escudos de cada casa, los nobles esperaban. Apenas le prestaron atención y tan solo uno la saludó, Cadod de Sesrovires, antiguo heraldo de Ràmeu. Cuando Berenguela entró en El Cercle, habló MontdePuig:

- Estando aquí reunidos ante la sagrada llama del Canigó - decía solemne - todo lo que aquí acontezca será Ley. Pues lo dicta Dios y lo dicta el Rey.

- Brindaremos por la nova Catlliure con esta ratafía - alzó la botella - que no está ni muy caliente ni muy fría.

Sirvió una copa a cada noble presente.

- Alcen orgullosos ante la llama eterna la copa - ordenó Montdepuig - y de un trago métansela en la boca.

Los nobles bebieron y saborearon el amargo néctar. Berenguela saboreó el momento, pero no la ratafía. Dejó a un lado la copa y se dirigió hacia el gran baúl verde que Ferrusola acababa de traer a rastras camino arriba. De dentro sacó 10 sobres lacrados que repartió a los nobles.

- ¿Qué está haciendo, señora? No puede interrumpir la ceremonia. - Jaume de Conflent no daba crédito. Tosió. Berenguela habló:

- Señores, les he redactado un acta de sumisión hacia mi persona. Me van a dar el mando único de las tropas aquí desembarcadas...

Ferrán de Manresa escupió sangre. Hug del Pallars cayó de rodillas. Cadod de Sesrovires estaba vomitando.

-... y me van a nombrar reina de la nova Catlliure.

El resto de nobles estaban retorciéndose por el suelo. Varios de ellos estaban pidiendo pluma y tinta a sus escribas entre estertores estomacales. Montdepuig miró la botella de ratafía:

- No...no puede hacer eso. Ante la llama sagrada del Canigó...

- "Todo lo que acontezca será Ley". Sí que puedo. - afirmó Berenguela

A todo noble que había firmado, Ferrusola les daba un antídoto que les salvaría del veneno de la ratafía. No tardaron mucho en estar firmadas las actas. Guifré el Calvo, casi recuperado tras tomar el antídoto, se levantó como pudo del suelo:

- ¡Esto no puede quedar así, el nombre de Ràmeu de Fontaine quedará manchado para siempre!

Berenguela, llena de rabia, de una patada volcó el gran baúl verde. De dentro salió rodando el cadáver embalsamado de su marido Ràmeu.

-¡El apellido Fontaine está muerto! ¡La antigua Catlliure está muerta! ¡Los antiguos fueros están muertos! Desde ahora vuestras vidas están en mis manos. En manos de Berenguela de Segarrus.

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